jueves, 11 de mayo de 2017

“Masaje de Jazz descontracturante”, Carla Miranda

El último viernes de abril, me dirigí en tren a escuchar el segundo concierto del ciclo "Pianos múltiples" en la Universidad de Quilmes. Una noche de otoño templada, despejada, sin viento y agradable a pesar de algunos mosquitos rondando.
Ya en la entrada de la Unqui, se respiraba un relajado clima de cierre de la semana. De camino al auditorio se advertían los preparativos de otro concierto y fiesta en el patio de la universidad.
Los cortes de calles, por arreglos y obras en Bernal, no impidieron que la audiencia, de alrededor de cincuenta personas, llegara sedienta y curiosa de música al Auditorio del primer piso de nuestra querida Universidad de Quilmes.
Nos pidieron aguardar afuera mientras se escuchaba que los músicos afinaban los instrumentos. Alrededor de las 20:00 horas abrieron las puertas de la sala enteramente iluminada. Ansiosos fuimos ocupando asiento en las sillas negras. Adelante del escenario al nivel del piso nos aguardaban los artistas, un vistoso piano negro, un pie con partituras, un saxo y un clarinete, los dos últimos apoyados en sus soportes de piso.
Un ambiente contento en el que se hicieron chistes con que el público se había acomodado mayoritariamente del lado izquierdo de la sala sugiriendo que todos vinieron a verlo a Pepe “porque es el que está soltero” para romper el hielo.
El presentador Diego contó que la universidad está estrenando piano, por este motivo surgió la idea de armar el ciclo. En este marco es que se invitó al dúo de jazz platense, Pepe Angelillo en piano con Pablo Ledesma en saxo y clarinete, para el segundo concierto de un ciclo que promete seguir seduciéndonos en los próximos encuentros. Los simpáticos músicos aprovecharon esta oportunidad para presentar su tercer disco llamado “Hommage”. Para comenzar Pablo pidió apagar algunas luces creando un clima íntimamente cálido.
La audiencia respetuosa escuchó atentamente y elogió aplaudiendo todos los temas. Escuchamos composiciones de jazz clásico con mezclas de contemporáneo y experimental.
Los veteranos músicos dialogaron poco con el público durante la muestra. Pablo presentaba cada tema y luego de anunciarlo lo buscaba con dedos veloces entre partituras antes de comenzar.
Se notaban miradas de complicidad entre ellos y gestos de deleite mientras tocaban, lo que me dió la pauta, sin conocerlos de antemano, de que tocan juntos hace mucho tiempo. Lo vi a Pepe morderse los labios, cabecear y asentir mientras acariciaba sus solos de piano. Gesticula mucho mientras toca se le nota que se divierte. Pablo se mostró primero más rígido, como si tardara en entrar en calor. Pero luego, se balanceaba con el ritmo y contorneaba su cuerpo tocando explayado su saxo. Lo mismo con el clarinete.
En lo personal algunos temas los escuché saboreándolos a ojos cerrados meciendo la cabeza y moviendo los pies. Y, a pesar de la luz tenue, me inspiraron ganas de garabatear un poco con mi birome. Dejando dos siluetas plasmadas en mi cuaderno como recuerdo del encuentro. Una figura de Pepe de perfil con su cabellera rulosa, anteojos, con su sweater arremangado, mirando la partitura y sus manos tocando el piano. La otra del calvo Pablo, parado de frente, con lentes, vistiendo un chaleco abrigado y tocando su saxo.

Cerraron el concierto agradeciendo a Diego Mascaró la invitación, anunciando adorablemente que tenían su disco en venta: “Hay que dar de comer a dos familias”, dijo Pepe; y se despidieron con un aplauso extendido de toda la concurrencia. Un concierto breve que no se prolongó más de una hora, dejándonos con ganas de masticar más jazz.



miércoles, 12 de marzo de 2014

“Un tren rompiendo la noche y un cadáver al costado.”

Nota: Este relato surgió como ejercicio del taller, la consigna era crear un relato a partir del la escena: “Un tren rompiendo la noche y un cadáver al costado.”
 
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Un tren antiguo me lleva hacia el pueblo de mis abuelos. Ya llevo cuatro horas de viaje. La vista por la ventanilla es bastante monótona. Sólo llanura, vacas y algún que otro paisano a caballo o a pie pasando a lo lejos. Igualmente ya casi no se percibe nada porque está anocheciendo. Viajo sola. Creo que si hubiera compartido este viaje con mi hermana la charla haría pasar el tiempo más rápido pero me perdería los detalles del recorrido. Así me gusta más, veo detalles, la cabeza trabaja al mismo ritmo que el avance del tren. Luego creo que me quedo dormida. Una luz y ruido intenso de otro tren rompiendo la noche me despierta exaltada. Por un momento pierdo noción de dónde estoy, giro la cabeza de un lado a otro analizando el espacio. Hasta que veo una estación por la ventana. Me tranquilizo. Recuerdo que estoy en viaje. Estoy a una estación de llegar a destino. Ya más calma, suspiro mientras dejo caer mi cuerpo hacia atrás acomodándome en el duro asiento de la cabina. Escucho acercarse un murmullo en el pasillo que va incrementando gradualmente el volumen a medida que se aproximan personas a mi cabina. No entiendo sobre que hablan pero parecen estar exaltados. Me acerco a la puerta prestando más atención. Abro los ojos sorprendida al lograr escuchar algo claramente. Al parecer a una mujer le pareció ver a una persona tirada al costado de la vía a la altura de la estación anterior.

Video

Llueve. Más bien llovizna. Las gotitas se pegan en los anteojos de Claudia y no puede visualizar bien cual colectivo es el que se está acercando. Hace frío. Es Mayo. El rocío humedece sus pantalones y los congela. Las prendas se le pegan al cuerpo y le parece que estuvieran pesadas. La humedad es insoportable. Pasa un colectivo y no era el 22. Sigue la espera. El colectivo 98 pasa con 2 o 3 pasajeros, a paso lento y silbando en la noche.
Claudia está inquieta. Sube y baja el cordón de la vereda. A veces baja sólo el pie derecho y se balancea de lado a lado como una nena pequeña. Intenta moverse para mantener el calor, mientras el colectivo sigue sin pasar. La panza de Claudia rezonga, tiene hambre. Y eso que hace no más de tres horas que merendó con su amiga María en la cafetería en la que se reúnen todos los jueves. Claudia saca el celular de su bolsillo y relojéa la hora. Son las diez y cuarto. Como está aburriéndose se pone a filmar con su celular. Está un poco oscuro pero la luz le sirve. No pasa nada inusual, la noche está bastante calma. Pasan algunos autos, taxis, motos, un chico andando en bici mojándose todo, no lleva piloto ni botas. Ve a una parejita de novios cruzar corriendo la calle. En la esquina un taxista les toca bocina y les grita algo enojado.  De repente en la fila de la parada todos se ponen a alerta. De la otra esquina asoma el cartel luminoso rojo que dice “22”. Colectivo verde agua se va acercando. Claudia no deja de filmar y con la mano libre, la zurda, se palpa todos los bolsillos de a uno hasta dar con las monedas. Deja de prestar atención a lo que filma, ya que las monedas están en el bolsillo opuesto y no puede lograr sacar la plata para pagar el pasaje. Mientras su celular sigue filmando. Cuando está por subir al colectivo se le resbalan las monedas. Un chico le ayuda a juntarlas. Le agradece. Finalmente suben ambos al transporte público, abonan el pasaje y se sientan en lugares distantes. Claudia se da cuenta de que la cámara sigue encendida y no la detiene. Abre un poco la ventanilla y filma el trayecto desde Casa rosada hasta El Cabildo. Un vendedor la distrae para ofrecerle chocolates que rechaza. Detiene la filmación y cierra la ventanilla. Se pone los auriculares que sacó de la mochila. Observa a los demás pasajeros. La mayoría están acomodándose  para dormir, es un largo viaje hasta zona sur, otros están leyendo o escuchan música. Solo una parejita va charlando, pero hablan con susurros. El chico que le ayudó con las monedas tiene una campera azul holgada y se sentó más adelante que ella. Se ve un poco agitado. El vendedor de golosinas hablando es casi lo único que se escucha y el silbidito del colectivo cuando arranca o frena. Es un viaje tranquilo. Claudia reproduce el video que filmó mientras estaba aburrida esperando el colectivo. Mientras, sacude las piernas y se las refriega porque todavía tiene el cuerpo helado. Piensa por un momento que es bueno que nadie haya abierto las ventanillas. Lo único que quiere es llegar a su casa, beber algo caliente, mirar un poco de televisión quizás metida en la cama.
El video es bastante aburrido al principio y se ve oscuro, ya que había poca luz en la calle. Primero hay autos pasando, luego un par de gotas se pegan en el visor con lo cual algunas partes de la imagen se ven borrosas, pasa la parejita corriendo, escucha los insultos del taxista y Claudia lanza una carcajada. Luego se tapa la boca porque levanta la vista y se da cuenta de que el colectivo está en silencio con lo cual le da un poco de vergüenza haberse reído en un volumen tan alto. Algunos pasajeros voltearon a verla. El chico de campera azul también. Claudia vuelve a concentrarse en la filmación.
El video transcurre tranquilo hasta que se empieza a acercar el 22. En un momento la cámara filmó el piso, fue cuando buscaba las monedas y se le cayeron.
Algo le parece raro en la imagen y detiene el video. Retrocede lo vuelve a mirar. Es confuso, poca luz, el visor empañado por las gotas. Pero ansiosa pone pausa y observa la imagen con mayor detenimiento. Retrocede lo vuelve a mirar y pone pausa otra vez. La imagen no es nítida. Acerca la mirada extrañada al celular. Y si ¡No le quedaban más dudas!. La cara de Claudia, que había recuperado un poco de color rojizo, se torna más pálida de lo que estaba antes por el frío. Está segura de haber visto en la imagen pausada del video un cuchillo. Vió caer un cuchillo ensangrentado al piso.
Inmediatamente al llegar a esta conclusión. Levantó la mirada bruscamente, y bajó el celular hacia su costado derecho del cuerpo tensa. Su mirada se fijó en una dirección: Hacia delante a la derecha, en un asiento de dos personas, del lado del pasillo, sabe que hay un asesino sentado viajando en el colectivo, siguiente conclusión. En ese instante el chico de campera azul se dio vuelta fugazmente y la miró directo a los ojos. El terror invadió a Claudia. Sintió como si la hubiesen descubierto.
El colectivo ya estaba por Barracas, todavía no había cruzado el puente Pueyrredón hacia Avellaneda cuando Claudia recordó que su tía Rosa vivía por esa zona. Pensó que tenía que bajarse del transporte público inmediatamente. Y eso hizo.
Se paro repentinamente y avanzó rápido hacia la puerta de descenso trasera. Tocó el timbre. Los nervios y ansiedad hicieron que el toque suene largo y fuerte, con lo cual el chofer la miró con mala cara por el espejo.
Se detuvo el colectivo lejos de la parada y se abrió la puerta. Estaba todo inundado, se mojó hasta la rodilla al bajar y subiendo al cordón de la vereda. Prestando atención a donde pisar, no se dió cuenta de que alguien más bajó detrás de ella.
Claudia buscó refugio en la entrada de un edificio. Se resfregó un poco el jean, pero ya estaba muy mojado y embarrado. Cuando levantó la mirada se sobresaltó de un susto ya que hacia delante a pocos metros de ella estaba parado, abajo de la lluvia intensa, el chico de la campera azul del colectivo con un cuchillo en su mano derecha. Comenzó a acercarse hacia ella lentamente. Claudia miró hacia los costados girando su cabeza de lado a lado buscando una escapatoria o alguien que la pueda socorrer. Pero no pasaba nadie. Ni caminando, tampoco autos, ni motos. Sólo veía una luz roja parapadeante de frente a ella desde la mano izquierda de su atacante. Claudia entró en pánico y se paralizó, no emitió sonido.
Lo único que podía hacer era mirarlo. Lo miró fijo a la cara con los ojos llorosos, ya lo tenía encima. No tenía a donde escapar, quedó acorralada en el palier del edificio. No grito, no dijo una palabra tampoco. Entonces fue cuando sintió un dolor intenso en el abdomen. Luego, todo se volvió blanco. El hombre quitó el cuchillo bruscamente hacia atrás y apagó su cámara.


viernes, 14 de febrero de 2014

Reflexiones

La próxima revolución debiera ser liberarnos de las máquinas, liberarnos del control sobre los cuerpos, reencontrarnos, reunir la "tribu", ENCONTRARNOS POR PRIMERA VEZ, conectar, es una necesidad humana insatisfecha por el chat.

BOM DELTA

SUEÑO
NOCHE
ARMÓNICA
BLUES
ESTRELLAS
COSMOS SENSORIAL
SONIDO AMPLIFICADO
PAZ, ARMONÍA, EMPATÍA
SENSUALIDAD
MÁS BLUES
RISAS, ANÉCDOTAS, CHARLAS
TRAGOS Y CERVEZA
EMPANADAS DE CARNE ESPECIALES
LUNA
VOLVER
MANEJAR
DORMIR

lunes, 16 de diciembre de 2013

ROSAL
















PIZZERÍA DE ESTACIÓN
ROSAL
SIEMPRE ABIERTO 
MESITA AL AIRE LIBRE
SILLA PLEGABLE DE LONA
SERVILLETA QUE NO SECA
SEÑOR CON PANTALÓN MARRÓN CON TIRO HASTA EL CUELLO
MANOLO Y SU HIJO, ATENDIDO POR SUS DUEÑOS
UNA DE MUZZA GRANDE POR FAVOR, 3 FAINA Y CERVEZA NEGRA DE LITRO
POSTER DE ESPAÑA Y UNA BAILARINA DE FLAMENCO
FOTOS AMARILLAS Y NARANJAS
ARBOLITO NAVIDEÑO CON ROSAS
BAÑO CON AZULEJOS ROSAS Y MOSCAS
HELADO LA MONTEVIDEANA
¿CUÁNTO TE DEBO?



viernes, 6 de diciembre de 2013

Bolsas blancas (Primera parte)

Quilmes, 4 de septiembre de 2010

DIARIO “EL QUILMEÑO”

MISTERIOSA DESAPARICIÓN DE DIRECTOR DE CINE AMATEUR LOCAL
La policía investiga si Sergio González, director de cortos gauchescos fue asesinado

Pasaron tres semanas desde que su hermana hiciera la denuncia. No se sabe nada de su paradero. El director de cine presentó su último film “El fin de Recabarren”, basado un cuento corto de Borges “El fin” y el “Martín  Fierro” de José Hernández, el pasado 20 de agosto en el sexto festival de Cine Under. Su película tuvo una excelente recepción del público a pesar de que los gauchos “pasaron de moda”. La policía no tiene ningún indicio. Sospechan de un posible fanático. Era la primera vez que el festival pasaba un largo, es famoso por promover la producción de cortos fílmicos en la región.

Son las tres de la mañana cuando suena el teléfono del comisario y detective José Jimenez.
Recostado boca abajo manotea el teléfono:
-¿Pancho? – dice una voz familiar.
-Seeee… ¿Quién es? – dice el comisario.
-Venite a la comisaría ¡urgente! Desapareció tu sobrino…No se fugó, parece que lo mataron pero no lo encuentran por ningún lado.
Pancho se levantó perezosamente, se acomodó sentado en la cama. Se puso las manos en la cara tratando de desperezarse y le respondió:
-Banca que me cambio y ¡ya salgo payá!

Se levantó y fue al baño, pensaba que no le gustaba que le dijeran Pancho, aunque lo era. Era una persona de poca reacción. Si lo apuraban se tomaba un mate primero y después salía. Pero era muy bueno detectando mentiras y en los interrogatorios. Por eso correr chorros y andar por la calle no era lo suyo, y lo sentaron a entrevistar sospechosos.

Ya en la comisaría le pasaron los pocos datos que tenían. Su sobrino, Sergio, ya no tenía a sus padres. La mamá había fallecido de cáncer hace 10 años y su hermano Ernesto, papá de Sergio, no aguantó la soledad y se pegó un tiro. Episodio que Sergio, y su hermana Laura, nunca superaron del todo. Pancho se había convertido en su referente para todo. Por eso cuando Pancho llegó a la comisaría y encontró a Laura llorando algo adentro se le partió. Laura no estaba sola. Estaba con Ana, esposa de Sergio, que Pancho notó muy tranquilita.
-No pasa nada Laurita, seguro que anda de viaje “El Sergio”. –dijo el policía José para calmar a Laura. Y volteándose a mirar a Ana dijo: -A vos te veo re pancha Anita ¿estás bien?
-Es que no me quiero adelantar a los hechos. La gente anda diciendo que a Sergio lo mataron, pero a mi hasta que no me traigan el cuerpo no me lo creo. Por ahí tenía otra… tarde o temprano la tienen…Tantas actrices, tantos castings…para mí se fugó con otra, pero hay que esperar a ver que averiguan ustedes ¿no Panchito? – dijo con sarcasmo Ana.


A Pancho nunca le cayó bien esa “víbora”, como solía referirse a Ana. Siempre le pareció una vividora y que no lo amaba a Sergio. Pero lo que más le molestaba de Ana era que era poco o casi nada femenina. Cuando Sergio y Ana se casaron, fueron a vivir a la casa de los abuelos maternos de Sergio, que Pancho nada tenía que ver ahí. Pero esa casa: antigua, chalecito, era donde Sergio y Laura prácticamente se criaron jugando, escondiéndose detrás del piano de cola de la abuela Nelly o amasando pasta para tallarines los domingos en la mesa larga de panadero que se encontraba en el living. Ana al mes de casados revoleó todos los muebles a la calle o los vendió junto con cuanto juguete viejo se le cruzó en la limpieza. Sergio nunca le perdonó eso y que regalara el tocadiscos. Lo único que safó fue el proyector de Super 8. Y Sergio le pidió a su tío Pancho que se lo escondiera en su casa.