Nota: Este relato surgió como ejercicio del taller, la consigna era crear un personaje literario.
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Es de día,
camino junto a mi perro Mosca por la calle. Llevo mi carro en el que junto
cartones. Está muy pesado. Por suerte, falta poquito para la hora del almuerzo,
la panza no me deja de rugir. Pobres tripas no prueban comida desde ayer a la
mañana. Los lunes vuelvo a comer bien. Por eso digo que falta poco para comer.
Hoy es Lunes y la vecina Elba seguro que me está terminando de preparar la
vianda. Elba es viejita y jubilada. Ya no tiene nietos o sobrinos que la
visiten, su familia vive lejos en otro país. Vive sola cerca de la placita en
la que descanso al mediodía con mi familia.
Ahí ni la policía, ni los de vigilancia nos molestan, saben que somos
buena gente, que somos trabajadores y nos la rebuscamos como podemos. Vivir en
la calle no es nada fácil, sobretodo en el invierno. Acá en el sur fuimos de
los primeros en vivir, trabajar y dormir en la calle. Cerca del río y sin
edificios, se hace difícil encontrar lugar para pasar la noche. No hace tanto
“calor de ciudad” como en la capital. Allá nunca hay escarcha porque el asfalto
muy pocas veces se enfría.
Ya llegamos a la
plaza. Mi compañera me espera con nuestro hijo, Lautarito, de la mano. Entonces
Mosca corre rápido en dirección hacia ellos y les hace una fiesta. Mueve la
cola y todo su cuerpito sarnoso dando giros de contento. Yo llego después, los
abrazo. Le digo que estoy muy cansado. Al rato se acerca Elba. Viene caminando
despacito como siempre. Trae una maceta con una planta de tomatitos cherry y
una bolsa de mandados cargada.
- Holaaaa, les
traje unos sandwiches que preparé con milanesa, lechuga y mucha mayonesa como
me pide Lauti siempre- . Dice mientras se termina de acercar.
-Hola Elbita.
¡Que bueno! ¡Como me gusta! ¡Gracias!. Le dice Lautaro.
Elba apoya la
maceta en un banco de la plaza cerca de nosotros y me entrega la bolsa.
-De nada Lauti.
Bueno coman tranquilos, los dejo en familia- . Dice Elba.
Yo le doy un
beso, la agarro de los hombros y mirándola a la cara fijo le digo que ya no se
como agradecerle que sea así de buena. Que algún día le quiero devolver el
favor.
Le prometo que
esta semana le voy a arreglar la persiana que tanto le cuesta subir. Es que, a
veces, le ayudo con el mantenimiento de su casa cuando hay poco papel y cartón
para juntar por la calle. Ella me sonríe, me da un beso ruidoso en el cachete. Entonces
yo la suelto, se da vuelta y se va despacito caminando en dirección a su casa.
Hoy, dos días
después de los sandwiches de milanesa, hablo con el barrendero de la plaza. Él
me desayuna con la noticia de que ese día Lunes, suponen que a la tarde, Elbita
tuvo un infarto y falleció. Se dió cuenta el vecino Aldo, porque escuchó al
gato maullando toda la mañana del Martes. Se asomó a la parecita y la vió en el
piso del patio tirada, con el gatito al lado chillando de hambre. Así que
pobrecita estuvo toda una noche tirada ahí. Hoy no quiero caminar, ni buscar
cartones. Hoy quiero llorar.