viernes, 8 de noviembre de 2013

Viaje a San Luis

Nota: Este relato surgió como ejercicio del taller.
Consigna/Idea del cuento: Ustedes van en un micro, viaje de larga distancia, sentados junto a alguien del cual se dan cuenta que es un asesino buscado. Solo ustedes se dan cuenta de esto.

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Viaje a San Luis

Hoy me levanté como todos los lunes. Medio de mala gana, toda despeinada, sin saber del todo donde estoy parada. La diferencia es que hoy viajo a  San Luis. Pero todavía no estoy lo suficientemente despierta y conciente para darme cuenta de eso. Me levanto y camino dando tumbos en dirección  a la cocina. Saco de la heladera una botella de jugo de naranja, nada natural, y bebo del pico. Dejo la botella en la mesada y de camino al baño prendo la televisión. Me lavo los dientes, mientras de fondo, se escuchan las noticias. Un comisario detenido por coimas, es el cumpleaños del Papa, un perro Labrador rescató a un bebé de ahogarse en un lago de Bariloche, y no retengo el nombre del lago; un preso se escapó de la cárcel de Devoto, tiene tatuajes y una cicatriz en el rostro y el resumen continúa. Enjuago mi boca y sonrío en el espejo. – Perfecto – digo. Y voy a mi dormitorio. Meto un par de zapatos en la valija y la cierro dificultosamente porque está muy cargada. Antes de cambiarme, vuelvo a la cocina y caliento agua para el termo. Es que no me gusta no tener para el mate en los viajes largos. Después me termino de cambiar. Llevo jeans, remera con la lengua de los Rolling Stones, una campera liviana y lentes de sol. En mi bolso de mano meto un libro de Kawabata que no terminé de leer y bajo por ascensor a esperar el taxi en el hall del edificio. Vivo en un noveno piso en Almagro. El coche no tarda mucho en llegar e ir en camino a  Retiro. El chofer después de contarme una versión resumida de su mal de amores y mencionar el clima unas cuatro veces intentando sacarme palabra, llega a Retiro y me arranca la cabeza. Me cobra una fortuna, le pago y me bajo refunfuñando.
Ya en la plataforma de salidas, me pongo en la cola del número 17. Empresa Condorcito. Mi pasaje lo tengo en mano. No somos muchos en la fila esperando, apenas unas 15 personas. El micro llega bastante puntual. Yo bostezo. Una señora va adelante mío con dos bolsos gigantes. Un hombre atrás mío me asusta cuando dice enojado y con voz gruesa: ¡Señorita! ¡Puede avanzar!. Yo me exalto, otra vez no se donde estoy parada. Rápido busco el bolso, lo levanto del piso y me muevo. Freno me doy vuelta y le digo: - Disculpe señor, estoy un poco dormida. Hasta ese momento en que le hablé,  no había podido verlo en detalle. El extraño hombre contestó como con un gruñido y entre dientes le entendí que dijo algo muy grosero. Y ahí mi cara cambió. Me quedé perpleja con su respuesta. Es ahí cuando lo miro con detenimiento unos minutos. Trae ropa muy desprolija y sucia. Una campera de Jean Wrangler, borceguíes y pantalón de gabardina. El pelo lo lleva largo, es castaño oscuro y enrulado. Además lo tiene enredado como si hace años no usara un peine. En la ceja derecha tiene un corte. La cicatriz parece antigua y los labios los tiene resecos, probablemente del frío. Yo le contesto de muy mala gana: - No hacía falta ser grosero señor, no lo hice a propósito y le pedí disculpas.
El hombre me dice: No jodas flaca y caminá. Mientras se toca la cara como refregándose o limpiándosela de una sola pasada de arriba hacia abajo con la mano derecha. Observo que tiene tatuajes en sus manos. Uno de los dibujos me recuerda uno que vi en un documental de Tumberos y la vida en la cárcel que pasaron por la tele alguna vez. Me sobresalto cuando deduzco que este hombre probablemente estuvo preso.
La cola vuelve a avanzar y yo avanzo veloz esta vez. Giro un poquito la cabeza hacia atrás y digo: Ve señor, ¡ya estoy bien despierta!. Y el señor de atrás me dice: Que bueno flaca. Ahora dejá de hablarme o el vigilante de allá – dice señalando con la cabeza a un policía – se va a acercar y no te van a quedar más ganas de dormir en un mes del bife que te voy a dar.
Yo empecé a asustarme. La cola avanzó nuevamente y el chofer me pidió el boleto.
-Asiento 14. –Dijo – Es arriba. Tome – Me dijo extendiéndome un papel. Le colocó otro papel autoadhesivo con el mismo número a mi valija y la guardaron con las de los otros pasajeros. –Este papel es para retirar la valija, no lo pierda. – Terminó por decirme. Entonces subí al micro. Cuando estaba encarando la escalera escucho: - Asiento 15 señor, es junto a las señorita que acaba de subir. – Era la misma voz del chofer que cortó mi boleto. Escucho eso y me detengo en la escalera. No lo puedo creer, voy a  tener que viajar con ese hombre tan vulgar y malhablado al lado mío, todo el viaje. Finalmente termino de subir y busco mi asiento. Tengo miedo, no sé bien como actuar. Quiero compartir mi miedo con alguien, pero con quién. En quien puedo confiar no tengo certezas. Cuando estoy decidiendo si sentarme o no. De mi costado izquierdo una valija me pega en la rodilla. Giro la cabeza y es el señor de la fila otra vez. – Permiso me voy a sentar chiquita. ¿Querés ventanilla o pasillo?, ya sé que nos toca juntos el viaje. Espero que no seas de las que habla mucho, porque quiero dormir.
Yo me quedo sin saber que contestar pero igualmente lo dejo pasar y le digo en volumen bajito y tartamudeando: - Bueno emmm...… me quedo en el del pasillo. Por favor no me haga nada si estuvo preso o matóa a alguien yo no digo nada. Soy una tumba.
- Sh… callate y más te vale. La última que abrió la boca estiró la pata. ¿Vos no querés terminar igual no?- Dijo mientras se iba metiendo entre los asientos para sentarse hasta acomodarse del lado de la ventana.
Yo niego con la cabeza y hago un gesto como cerrando la boca con un cierre.
Me siento al lado de este hombre ya con terror corriéndome por el cuerpo. Pongo mi equipo de mate entre las rodillas y mi postura es rígida. Estoy tensa, no sé cómo actuar, que decir, que no decir.
Él sin embargo, está relajadísimo. Parece que estuviera feliz con sentarse, como si no tocara un sillón acolchonado hace siglos. Y me pidió que prepare mate, porque vió que tenía el equipo. No era muy difícil notarlo. Le digo que el agua está fría y acepta la respuesta. Obviamente es mentira. No quiero compartir bombilla con este sujeto. Quién sabe qué gérmenes tendrá este individuo que yo ya asumí y prejuzgue que indudablemente es un ex presidiario.
El hombre aún sin nombre comenzó a hablar sólo. Hablaba sobre muchas cosas pero eran incoherencias. Nombraba gente por apodos, amigos o gente de la cárcel, supuse. El Pili, El choli, Tuerca, Polaquito, Ruso, Diente, parecía que ninguno hubiese tenido madre y padre que les diera un nombre, la calle o la cárcel los rebautizó.
Yo seguía tensa, pero asentía con la cabeza como que le seguía la charla aunque no entendiera nada.
Entonces me preguntó: -¿Tas casada vos?
Y yo entre mi aturdimiento y el miedo tardé en contestar pero dije –No, no. - Le respondí.
-Yo si, va…estuve. - Me dijo el sujeto.
- Y entonces, ¿Qué? ¿Está divorciado? - Le pregunte curiosa.
- Algo así se podría decir. – Y soltó una carcajada. - Separados de por vida. Soy viudo. -Me respondió.
Y yo comencé a sospechar de cuál había sido el delito que había puesto tras las rejas a mi interlocutor.
-Che perdón, yo no te pregunté tu nombre flaca.- Continuó. - Me llamo Facundo pero todos me dicen Tato. Y disculpá por las puteadas viste, pero me estaba poniendo nervioso el cana antes de subir.

-Ok, si entiendo señor… yo soy Laura, no voy a decir nada, si quiere hablo bajito. Igual no tenemos pasajeros cerca. No va muy lleno el micro, casi todos están abajo. ¿Me querés contar algo? - Dije.

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