Llueve. Más bien llovizna. Las gotitas se pegan en los anteojos de
Claudia y no puede visualizar bien cual colectivo es el que se está acercando.
Hace frío. Es Mayo. El rocío humedece sus pantalones y los congela. Las prendas
se le pegan al cuerpo y le parece que estuvieran pesadas. La humedad es
insoportable. Pasa un colectivo y no era el 22. Sigue la espera. El colectivo
98 pasa con 2 o 3 pasajeros, a paso lento y silbando en la noche.
Claudia está inquieta. Sube y baja el cordón de la vereda. A veces
baja sólo el pie derecho y se balancea de lado a lado como una nena pequeña.
Intenta moverse para mantener el calor, mientras el colectivo sigue sin pasar. La
panza de Claudia rezonga, tiene hambre. Y eso que hace no más de tres horas que
merendó con su amiga María en la cafetería en la que se reúnen todos los
jueves. Claudia saca el celular de su bolsillo y relojéa la hora. Son las diez
y cuarto. Como está aburriéndose se pone a filmar con su celular. Está un poco
oscuro pero la luz le sirve. No pasa nada inusual, la noche está bastante
calma. Pasan algunos autos, taxis, motos, un chico andando en bici mojándose
todo, no lleva piloto ni botas. Ve a una parejita de novios cruzar corriendo la
calle. En la esquina un taxista les toca bocina y les grita algo enojado. De repente en la fila de la parada todos se
ponen a alerta. De la otra esquina asoma el cartel luminoso rojo que dice “22”.
Colectivo verde agua se va acercando. Claudia no deja de filmar y con la mano
libre, la zurda, se palpa todos los bolsillos de a uno hasta dar con las
monedas. Deja de prestar atención a lo que filma, ya que las monedas están en
el bolsillo opuesto y no puede lograr sacar la plata para pagar el pasaje.
Mientras su celular sigue filmando. Cuando está por subir al colectivo se le
resbalan las monedas. Un chico le ayuda a juntarlas. Le agradece. Finalmente
suben ambos al transporte público, abonan el pasaje y se sientan en lugares
distantes. Claudia se da cuenta de que la cámara sigue encendida y no la
detiene. Abre un poco la ventanilla y filma el trayecto desde Casa rosada hasta
El Cabildo. Un vendedor la distrae para ofrecerle chocolates que rechaza.
Detiene la filmación y cierra la ventanilla. Se pone los auriculares que sacó
de la mochila. Observa a los demás pasajeros. La mayoría están acomodándose para dormir, es un largo viaje hasta zona
sur, otros están leyendo o escuchan música. Solo una parejita va charlando,
pero hablan con susurros. El chico que le ayudó con las monedas tiene una
campera azul holgada y se sentó más adelante que ella. Se ve un poco agitado.
El vendedor de golosinas hablando es casi lo único que se escucha y el
silbidito del colectivo cuando arranca o frena. Es un viaje tranquilo. Claudia
reproduce el video que filmó mientras estaba aburrida esperando el colectivo.
Mientras, sacude las piernas y se las refriega porque todavía tiene el cuerpo
helado. Piensa por un momento que es bueno que nadie haya abierto las
ventanillas. Lo único que quiere es llegar a su casa, beber algo caliente,
mirar un poco de televisión quizás metida en la cama.
El video es bastante aburrido al principio y se ve oscuro, ya que
había poca luz en la calle. Primero hay autos pasando, luego un par de gotas se
pegan en el visor con lo cual algunas partes de la imagen se ven borrosas, pasa
la parejita corriendo, escucha los insultos del taxista y Claudia lanza una
carcajada. Luego se tapa la boca porque levanta la vista y se da cuenta de que
el colectivo está en silencio con lo cual le da un poco de vergüenza haberse
reído en un volumen tan alto. Algunos pasajeros voltearon a verla. El chico de
campera azul también. Claudia vuelve a concentrarse en la filmación.
El video transcurre tranquilo hasta que se empieza a acercar el 22. En
un momento la cámara filmó el piso, fue cuando buscaba las monedas y se le
cayeron.
Algo le parece raro en la imagen y detiene el video. Retrocede lo
vuelve a mirar. Es confuso, poca luz, el visor empañado por las gotas. Pero
ansiosa pone pausa y observa la imagen con mayor detenimiento. Retrocede lo
vuelve a mirar y pone pausa otra vez. La imagen no es nítida. Acerca la mirada
extrañada al celular. Y si ¡No le quedaban más dudas!. La cara de Claudia, que
había recuperado un poco de color rojizo, se torna más pálida de lo que estaba
antes por el frío. Está segura de haber visto en la imagen pausada del video un
cuchillo. Vió caer un cuchillo ensangrentado al piso.
Inmediatamente al llegar a esta conclusión. Levantó la mirada
bruscamente, y bajó el celular hacia su costado derecho del cuerpo tensa. Su
mirada se fijó en una dirección: Hacia delante a la derecha, en un asiento de
dos personas, del lado del pasillo, sabe que hay un asesino sentado viajando en
el colectivo, siguiente conclusión. En ese instante el chico de campera azul se
dio vuelta fugazmente y la miró directo a los ojos. El terror invadió a
Claudia. Sintió como si la hubiesen descubierto.
El colectivo ya estaba por Barracas, todavía no había cruzado el
puente Pueyrredón hacia Avellaneda cuando Claudia recordó que su tía Rosa vivía
por esa zona. Pensó que tenía que bajarse del transporte público
inmediatamente. Y eso hizo.
Se paro repentinamente y avanzó rápido hacia la puerta de descenso
trasera. Tocó el timbre. Los nervios y ansiedad hicieron que el toque suene
largo y fuerte, con lo cual el chofer la miró con mala cara por el espejo.
Se detuvo el colectivo lejos de la parada y se abrió la puerta. Estaba
todo inundado, se mojó hasta la rodilla al bajar y subiendo al cordón de la
vereda. Prestando atención a donde pisar, no se dió cuenta de que alguien más
bajó detrás de ella.
Claudia buscó refugio en la entrada de un edificio. Se resfregó un
poco el jean, pero ya estaba muy mojado y embarrado. Cuando levantó la mirada
se sobresaltó de un susto ya que hacia delante a pocos metros de ella estaba
parado, abajo de la lluvia intensa, el chico de la campera azul del colectivo
con un cuchillo en su mano derecha. Comenzó a acercarse hacia ella lentamente.
Claudia miró hacia los costados girando su cabeza de lado a lado buscando una
escapatoria o alguien que la pueda socorrer. Pero no pasaba nadie. Ni
caminando, tampoco autos, ni motos. Sólo veía una luz roja parapadeante de
frente a ella desde la mano izquierda de su atacante. Claudia entró en pánico y
se paralizó, no emitió sonido.
Lo único que podía hacer era mirarlo. Lo miró fijo a la cara con los
ojos llorosos, ya lo tenía encima. No tenía a donde escapar, quedó acorralada
en el palier del edificio. No grito, no dijo una palabra tampoco. Entonces fue
cuando sintió un dolor intenso en el abdomen. Luego, todo se volvió blanco. El
hombre quitó el cuchillo bruscamente hacia atrás y apagó su cámara.