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Un tren antiguo me lleva hacia el
pueblo de mis abuelos. Ya llevo cuatro horas de viaje. La vista por la
ventanilla es bastante monótona. Sólo llanura, vacas y algún que otro paisano a
caballo o a pie pasando a lo lejos. Igualmente ya casi no se percibe nada
porque está anocheciendo. Viajo sola. Creo que si hubiera compartido este viaje
con mi hermana la charla haría pasar el tiempo más rápido pero me perdería los
detalles del recorrido. Así me gusta más, veo detalles, la cabeza trabaja al
mismo ritmo que el avance del tren. Luego creo que me quedo dormida. Una luz y
ruido intenso de otro tren rompiendo la noche me despierta exaltada. Por un
momento pierdo noción de dónde estoy, giro la cabeza de un lado a otro
analizando el espacio. Hasta que veo una estación por la ventana. Me
tranquilizo. Recuerdo que estoy en viaje. Estoy a una estación de llegar a
destino. Ya más calma, suspiro mientras dejo caer mi cuerpo hacia atrás
acomodándome en el duro asiento de la cabina. Escucho acercarse un murmullo en
el pasillo que va incrementando gradualmente el volumen a medida que se
aproximan personas a mi cabina. No entiendo sobre que hablan pero parecen estar
exaltados. Me acerco a la puerta prestando más atención. Abro los ojos
sorprendida al lograr escuchar algo claramente. Al parecer a una mujer le
pareció ver a una persona tirada al costado de la vía a la altura de la
estación anterior.
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